IMPULSO/Roberto Rock L.
Elecciones en el tobogán
Sería difícil encontrar en la historia contemporánea del país un periodo de elecciones estatales que arroje tantas señales de deterioro como el que concluirá este domingo con los comicios en Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz.
Es muy probable que esta etapa sea citada en el futuro como el inicio del final de los partidos políticos tradicionales, el derrumbe de dinastías políticas o el momento en que la industria de las encuestas mostró su mayor crisis desde que comenzó a abrirse paso en México 20 años atrás.
Nunca se gastó tanto dinero en campañas políticas locales. Ante la desbordada injerencia desde espacios gubernamentales, la impotencia del Instituto Nacional Electoral (INE), que dirige Lorenzo Córdova, no inspira ninguna confianza en que el día de las votaciones podamos presenciar una jornada civilizada.
Es imposible saber hoy si la degradación del proceso ahuyentará a los ciudadanos de las urnas o los convocará para volcar su indignación mediante votos. Pero está a la vista el riesgo de que hayan sido soltados demonios que nos pondrán a todos en peligro el próximo año, cuando se disputarán la Presidencia de la República y un número sin precedentes de comicios locales.
Los síntomas de esta dolencia de nuestra vida en democracia se multiplicaron durante los tres meses de las campañas recién concluidas: el Estado de México encierra dimensiones geográficas, económicas y poblacionales tales que si fuera un país, superaría a naciones latinoamericanas, por ejemplo Guatemala. Es la entidad natal del presidente Peña Nieto y cuna de una de las clases políticas más monolíticas.
Participan tres partidos políticos históricos nacionales —PRI, PAN y PRD— que suman casi 200 años de experiencia. Sus candidatos a la gubernatura deben ser considerados entre los mejores cuadros de cada partido: el priista Alfredo del Mazo, heredero de una dinastía política que acumula dos gobernadores; la panista Josefina Vázquez Mota, dos veces secretaria de Estado, ex aspirante presidencial; Juan Zepeda, perredista, que atraerá el mayor caudal de votos que haya tenido nunca un abanderado de izquierdas.
Sin embargo, algo debe estar en proceso de descomposición en este escenario, pues un partido creado apenas en 2014 —Morena—, con una candidata que hace seis meses pocos conocían, ahora tiene a todos contra la pared. Y resulta que puede ganar. Pero aún si pierde, esta “maestrita” simboliza algo. La gente está diciendo cosas al apoyarla. Desdeñarlo puede resultar suicida para el régimen.
En Veracruz, lastrado por un gobierno que entendió la alternancia como una colección de revanchas, el escenario es similar: al menos 70 municipios, la tercera parte de la entidad —la capital incluida y amplísimas zonas del sur— serán ganados por Morena pese a la aplanadora PAN-PRD aceitada desde el Palacio de Gobierno de Xalapa. Y con un PRI en lenta agonía.
En Coahuila el modelo no es muy diferente. Un estado entregado durante más de una década al cacicazgo de los Moreira; que nunca ha probado la alternancia. Pero el abrumador respaldo financiero y la inercia de un poder absoluto no pueden garantizar hoy, a unas horas de los comicios, que el aspirante oficial, Miguel Ángel Riquelme, no será superado por un personaje con muchas incógnitas en su trayectoria personal, el panista Guillermo Anaya.
La putrefacción política que dominó el Gobierno del priista Roberto Sandoval en Nayarit, con un fiscal al que premió como el “funcionario del año”, ahora preso en Estados Unidos, permitirá que el PAN tenga un día de campo el día de las votaciones y reciba un estado atenazado por las mafias del narcotráfico.
En resumen, los ciudadanos están anunciando que votarán a favor de quien abandere su repudio, su irritación. Más nos valdría como país estar midiendo eficazmente estos fenómenos.
Dato
De acuerdo a ejercicios académicos, ni los candidatos, ni los partidos, ni los medios de comunicación estamos conectados con lo que la gente está discutiendo en otros espacios.