IMPULSO/Ernesto Salayandía García
18 años limpio
Ayer y hoy, volver a empezar
Sesenta años cumplidos, más de la mitad secuestrado. Lleno de ansiedad, recorrí farmacia tras farmacia, con receta en mano para comprar el narcótico con el que establecí una fuerte dependencia, recurría media ciudad, es un medicamento, morfina sintética, que escasea mucho, tiene una gran demanda y una amplia lista de adictos al Nubain.
Para mí, es una sustancia toxica muy fuerte, extremadamente relajante, una anestesia dura, que la usan en los quirófanos para armar el dolor en una operación mayor, igual parea quien tiene un cáncer o una herida muy grave, en mi caso, la use como mi droga de impacto y me inyectaba tres miligramos en la mañana, tres miligramos al medio día y tres más en la noche.
En cuanto destapaba el frasco y cargaba la jeringa, me daban nauseas, vomitaba un líquido amarillo, el síntoma era de inmediato después del piquete y en complemento me inhalaba un pase de cocaína, junto con un cigarro. Los momentos sin morfina eran insoportables, me irritaba con facilidad, sudaba y mi mente se obsesionaba, pensando únicamente en donde podría conseguir una buena dotación.
El efecto, demasiado relax, el rebote, un inmenso dolor de cabeza y huesos, que comencé a calmar con vodka, pastillas anti depresivas y por supuesto cigarro, llegue a pensar que jamás iba a poder presentir de esta droga, me sentía mediocre, inutil, gran parte de mis días los dedique a visitar farmacias.
La primera vez que la probé, por prescripción médica, fue por un dolor de huesos a consecuencia del abusó extremo en el consumo de cocaína, fue por demás placentero y de ahí vinieron mis delirios de persecución, mis pensamientos psicópatas, patológicos, psicóticos, me mente enferma, anestesiada y drogada.
Un límite no cumplido
Mi mujer tenía 21 años y yo 35 cuando nos casamos, mi consumo de cocaína y de alcohol, era en cantidades industriales, todos los días borracho, alcoholizado y drogado, hasta que ella, un día harta de mis actitudes, de mis panchos infantiloides, de mi soberbia, me puso un límite.- O haces algo para que dejes de tomar o nos divorciamos.
Los pleitos eran diario y busque la manera de internarme en Oceánica, por 35 días, por supuesto que puse mis condiciones, se me permitió llevar mi máquina de escribir e hice los doce pasos del programa de Alcohólicos Anónimos en menos de diez días.,- Imagínate!
No fui honesto, no dije que era cocainómano, fármaco dependiente, no hable de mi celotipia infernal, incluso me fugue dos veces de la clínica para ir a visitar en la madrugada a mi mujer al Camino Real en Mazatlán, México, ella pensaba que era una demostración de amor, mientras que yo, iba a inspeccionar el cesto de la basura, buscando condones, o papel con semen. Checaba debajo de la cama, iba a inspeccionar su cuerpo en busca de un chupete o un rasguño, yo no hable de eso, ni de mis heridas del alma, ni de mis daños, me la lleve de pechito y cuando llegue a México, mi cuñado me recibió en su casa con un pase de cocaína y me dijo.
Eso de Alcohólicos Anónimos, es pura jalada, éntrale!!!!,. y ahí tire mis esperanzas por dejar de consumir, eche a la basura todo el dineral que me había costado Oceánica, entre el internamiento, los viajes de mi mujer, las terapias familiares y una semana que nos quedamos de luna de mil en el Rancho Las Moras y después me hundí cada vez más en la adicción a la cocaína, al Nubain y a las pastas y sucedió lo que sucede en la carrera de un drogadicto, comencé a tocar fondos, me volví loco y trate de matar a mi mujer.
No morí, porque Dios dispuso otra oportunidad para mí, porque mi mujer me apoyó siempre. La cocaína, mi amiga, mi esposa, mi amante, mi todo. Mi adicción, mi compulsión hacia esta sustancia toxica, era sumamente fuerte, me obligaba a drogarme cada 20 minutos, me angustiaba toda vez que me quedaba sin droga, cancele viajes, compromisos importantes, por estar prendido de la cocaína.
Al final de mi carrera, lloraba cada vez que empezaba a inhalar porque ella sabía que no podía parar, entre más me metía, mas quería.