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Silencios estereofónicos

IMPULSO/Félix Morriña
“Sala de redacción” o cómo vivir a corazón abierto la profesión periodística

Hacía mucho tiempo que no tenía un dominical mediodía en mi amado Palacio de Bellas Artes. Hacía mucho tiempo no desayunaba en Los Azulejos, como también hacía mucho tiempo que no me deshacía de mi ingesta tan rápido como el sucedido el 12 de marzo durante la presentación en la Sala Manuel M Ponce del libro Sala de redacción de mi amigo y camarada Pablo Espinosa.

Silencios estereofónicos

Entre la fiebre, la terrible tos y la gripe (ojalá hubiese sido resaca), hice mucho esfuerzo por contener el estómago, pero me fue imposible. Tuve que hacerle como los gatos cuando regurgitan: me fui a la orilla más apartada de la sala para evitar ser descubierto por colegas y amigos ahí presentes. Para fortuna mía, no se llenó esa sala y superé la vergüenza con una bolsa de plástico que traigo para este tipo de emergencias. Pese a librarla, ¡tengo pena!

Tenía tantas ganas de saludar y felicitar a Pablo Espinosa por escribir este libro tan significativo para todos los que nos dedicamos a este oficio, convertido en profesión, porque nadie, absolutamente nadie, nos quitará de nuestra vidas lo que es vivir intensamente, día tras día, una sala de redacción. Desafortunadamente mi condición física y moral, no me lo permitió. Aparte tenía agenda que seguir. Tuve que abandonar el Palacio de Bellas Artes con la idea de buscar a Pablo para que en otro momento charláramos bebiendo como lo llegamos hacer en los años 90 en el Festival Internacional Cervantino (FIC) en el bar El Edén, el FBI o La Dama de las Camelias en Guanajuato.

Los “Millenials” y otras generaciones que ya nos les tocó ese trajín de una sala de redacción, jamás entenderán que el diarismo se hace a corazón abierto. Las nuevas tecnologías, las redes sociales, para los que vivimos las salas de redacción, son herramientas de trabajo, no el grillete con el que se debe existir, porque la vida se vive, está en y con nosotros, no en dispositivos móviles que someten todo el tiempo. Además, el mejor periodismo se hace como antaño.

Lo dicho por Elena Poniatowska y José Gordon durante la presentación del libro de Pablo Espinosa parecerían lugares comunes y apapachos mutuos para muchos del gremio, pero no, lo cierto es que el más acertado fue Gordon cuando dijo que la escritura del autor abrió las puertas de las secciones culturales para evitar a toda costa la cuadratura, la rigidez de los géneros periodísticos, con altas dosis de superficialidad, sin vida, huecas, banales y muchas veces superficiales.

Quizá sea ese aspecto parte del éxito del periódico La Jornada, de donde Pablo Espinosa es el jefe de la sección Cultural, porque te permite leerla a cabalidad, por resultar grata, diferente, cínica, desfachatada, divertida, a veces solemne cuando se requiere; en fin, la lees.

Los que hemos hecho periodismo cultural toda la vida, o gran parte de ella, hemos tratado de hacer periodismo gonzo con sus respectivos datos duros, bien sustentados; hemos tratado de hacer periodismo literario, nutrido de otras ricas fuentes informativas e “inspiracionales”; hemos tratado de hacer periodismo cultural como si fuese falso documental, porque toda verdad tiene su alta dosis de ficción, como la clase política.

El libro, según Pablo, nace como su título lo indica, de la “Sala de redacción”, luego entonces, incluye crónicas, reseñas de discos, entrevistas, algunas de ellas nutridas, corregidas y aumentadas. A este “Servibar y amigo” le encantó sobremanera la portada: una maravillosa máquina de escribir mecánica (no me fijé bien si era Olivetti), de esas que llegamos a utilizar cuando jóvenes periodistas. Es más, en la sala de mi hogar recibe una muy semejante a mis amigos, colegas y visitas ocasionales. ¡Contuve la emoción, porque podía suceder de nuevo que mi estómago me traicionara!

Justo ahora que rememoro, en esa misma Sala Manuel M Ponce, hace muchos ayeres, me sacaron del recinto a empellones por destapar una botella de un rosado vino espumoso durante la presentación de un libro del maestro Eduardo Galeano. Yo sólo quería festejar que al famoso periodista (¡colega, me dijo esa vez!), autor de Las venas abiertas de América Latina y El libro de los abrazos, entre otros tan buenos, en lugar de firmarnos uno de sus libros a este interlocutor y a mi camarada Óscar “Mosca” Torres, nos firmara una botella de vino argentino. Todos veían con agrado el gesto, pero la seguridad del lugar, por supuesto que no.

En el libro de Pablo Espinosa, el lector encontrará a David Bowie, Roger Waters, James Brown, Patty Smith y Madredeus, figuras de la cultura universal con quien también tuve la oportunidad de estar durante su paso por México entre los acreditados a los conciertos, pero hay una especial anécdota por contar sobre Teresa Salgueiro, entonces cantante de Madredeus:

Durante una de las presentaciones de Madredeus en la Alhóndiga de Granaditas, dentro de un Cervantino, me enteré que la bella Teresa Salgueiro sólo daría un par de entrevistas a lo mucho, pero yo tenía la consigna de El Nacional de mandarles algo en verdad diferente, por lo que a toda costa debía burlar la seguridad del recinto, más la seguridad de mi judía amiga Orly Beiguel, promotora de Madredeus en México, más el turno de entrevista para La Jornada de Pablo Espinosa, para sólo acercarme a la fina cantante.

Siendo respetuoso de las entrevistas pactadas, sólo debía hacer algo diferente, por lo que me brinqué por uno de los costados de la Alhóndiga de Granaditas para acercarme con estrategia al camerino de Teresa. Fue maravilloso verla por 10 minutos concentrarse y vocalizar antes de subir al escenario hasta que me descubrió para acto seguido salir apresurado de ahí. El costo a pagar iba ser alto. Al salir vi a Pablo Espinosa sentadito en una banca esperando a que lo recibieran para su pactada entrevista. Para mí, fue suficiente para ese momento.

Aparte de las figuras mencionadas, la música clásica está presente en este libro, porque aparecen Arvo Pärt; la historia del piano; la historia de los violines Straduvarius; una versión sobre la vida de Mozart; así como un texto sobre las hermanas Shankar y música de su estado natal, Veracruz, y música afrocaribeña. Como verán, el libro merece estar en tu librero, seas o no periodista.

Antes de finalizar esta entrega, quiero compartirles que me entristeció mucho cuando me enteré del robo a casa habitación que sufrió Pablo Espinosa, porque independientemente del delito, los idiotas no supieron que se llevaron discos de colección, únicos en su formato y producción. Muchos de ellos dedicados. Se llevaron una gran parte de él, pero como buen “colibrí” (algunos saben por qué lo digo) supo superar el desprendimiento de lo material, para mantener equilibrado lo espiritual. ¡Así debe ser! ¡Hasta la próxima!

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