Por Leticia Bonifaz
(Catedrática de la Facultad de Derecho)
Los estragos de la pandemia apenas comienzan a ser visibles en México. Tenemos, con todo, la ventaja de que otros países experimentaron antes la contingencia y ya tenemos referentes y rutas de aprendizaje.
En cuanto a los impactos personales, los datos muestran que el virus ha afectado más a las personas mayores de 65 años, independientemente de qué país se trate. En términos generales hasta ahora, dos tercios de los fallecidos han sido personas mayores de 80 años. En ese rango de edad han muerto dos de cada diez contagiados. En el rango de 60 a 70 han muerto 2 de cada 100 contagiados.
Los casos más estrujantes han sido, sin duda, los de las personas mayores que se encontraban en asilos o casas de reposo.
Hemos visto que la posibilidad de contagio puede ser igual en todas las personas, pero los índices de letalidad aumentan con la edad. En el caso de Italia, se ha insistido en recordar que tiene la población con mayor edad de toda Europa: El 22% de la población tiene más de 65 años; en España, el 19.4 y en México el 7.6 %.
Con estos datos, queda claro que una de nuestras mayores preocupaciones debe ser, dependiendo de nuestra edad, la salud de nuestros padres, madres, abuelas y abuelos o de nosotros mismos, independientemente del grado de autonomía que se tenga.
En los tres países latinos que he mencionado, existen dinámicas de interacción generacional semejantes y diferentes a la vez. El mundo de la realidad virtual había contribuido a un mayor distanciamiento entre generaciones, pero paradójicamente, la tecnología que separaba es la que hoy está permitiendo comunicación constante y sin riesgo con quienes están hoy necesariamente aislados.
Si todos tenemos que cambiar hábitos durante la contingencia, para las personas mayores resulta más difícil y es más fuerte procesar la ausencia de caricias, besos y apapachos. El distanciamiento es doloroso e incomprensible para muchos de ellos.
Asimismo, es posible que algunas personas mayores que no tenían atención de sus propias familias, a partir del estado de emergencia están siendo vistas y atendidas, así sea a distancia.
Sería deseable una asesoría permanente respecto de qué hacer para lograr la estabilidad emocional de las personas mayores. He visto más información de cómo explicar el tema a los niños y niñas. Y aquí, cabe recordar que los gerontólogos subrayan, reiteradamente, que es un error infantilizar a las personas mayores. Ellos no se convierten en niños, la vejez es una etapa diferente con características muy particulares que requieren atención especializada y diferenciada.
El Covid-19 puso en la mira también los derechos de las personas mayores, en especial los laborales, el derecho a la salud, a la alimentación, a la no discriminación y a que se reconozca y valore su participación económica. En México, muchas personas mayores tienen necesidad de trabajar para sobrevivir y para tener autonomía económica. Quedan hoy en el foco las personas mayores que están empacando en los supermercados y, en un número muy importante, trabajadores de limpieza en oficinas y espacios públicos que tienen de por sí una situación laboral precaria.
El gobierno de la Ciudad de México difundió, por ejemplo, que las y los trabajadores de limpieza del metro de más de 60 años ya no irían a trabajar en atención a la altísima vulnerabilidad y riesgo en la que se encuentran. El tema es si van a mantener sus ingresos.
El horizonte de futuro de las personas mayores puede que sea más corto, pero este lapso merece ser vivido con dignidad y atención reforzada.
Hoy, tenemos que estar atendiendo muchas cosas a la vez; pero también tenemos más espacios de reflexión y revaloración de temas vitales.
La mayor vulnerabilidad está identificada. Que la no indiferencia marque la diferencia.
Twitter: @leticia_bonifaz