IMPULSO/ Francisco Suárez Dávila
Desde la “Gran Depresión” de 1930 hasta la “Gran Recesión” de 2008, se ha producido en el mundo un apasionado debate de gran altura y trascendencia entre partidarios del “modelo económico” liberal o neoliberal y el keynesiano-desarrollista. Con la Gran Depresión se hundió el modelo liberal con la extrema ortodoxia fiscal que la produjo.
Surgió como solución, durante los siguientes 40 años, el “desarrollismo keynesiano”, que generó alto crecimiento sostenido. En los 70, para corregir irresponsables desajustes financieros, renace el neoliberalismo, hasta que con la “Gran Recesión” de 2008 naufraga. Salvo en Asia donde se fortalece el exitoso modelo ahora “neodesarrollista” de alto crecimiento, el resto del mundo no encuentra rumbo, desembocando en populismos de distintas orientaciones. Dos premios nobel: Krugman y Stiglitz, ¡han sentenciado la defunción del liberalismo!
En México, como en otros ámbitos, ¡reina Kafka! El Presidente critica obsesivamente el modelo neoliberal como responsable del mediocre crecimiento, de la extrema desigualdad y le debe agradecer su victoria. En cambio, AMLO expresó a El Financiero en abril de 2018: “el modelo económico que proponemos es semejante al que se aplicó en el país en el periodo denominado del “desarrollo estabilizador”. “Con esa orientación la economía mexicana creció a tasas del 7% anual, sin endeudamiento, inflación, ni devaluación”. Dice claramente “no es nuestro propósito revivir un modelo del pasado y aplicarlo de manera mecánica, pretendemos retomar las lógicas que funcionaron, ajustarlas a las condiciones actuales, con una visión política distinta, con respeto a los principios democráticos, en un entorno en que debe tomarse en cuenta factores como la inserción de México en la globalidad”… No le sobra una letra. ¡Pero, lo malo es que el gobierno no lo aplica! ¡Sigue una política clásica neoliberal con “parches sociales”! ¡Aunque ello evita una crisis, no es la mejor ruta! El liberalismo en México es responsable de las mayores debacles económicas de nuestra historia: primero sufrimos la Gran Depresión (crecimiento de -14% en 1932), y luego la gran crisis bancaria de 1994, propiciada por la excesiva liberalización del sistema financiero, caída del PIB de 7% en 1995, la quiebra y pérdida del sistema bancario “mexicano” y, luego, un estancamiento endémico. ¡Lo que después ocurriría a nivel mundial a partir del 2008, por algunas de las mismas causas!
Los liberales, olvidando sus pecados, objetan la “vuelta al buen pasado desarrollista”, porque, “como el mundo cambió, no es aplicable”. Estaba vinculado a la sustitución de importaciones y al proteccionismo. Falso, los desarrollistas asiáticos evolucionaron a tiempo hacia la promoción de exportaciones y una apertura comercial prudente no “inocente”, los que más aprovechan la globalidad. ¿Requiere un gobierno autoritario? No; ¡sí un Estado fuerte con visión! Sus críticas pues son dogmáticas e infundadas y no afectan el modelo.
Los elementos esenciales del “desarrollismo” que nos permitió crecer al 6% y a los países que ahora lo practican, son vigentes. Entre otros: prioridad consensada socialmente para acelerar el crecimiento, no la dogmática estabilidad; sustentado en un gran programa de inversiones, bien evaluados, con efecto multiplicador; una política regional y una política industrial y tecnológica moderna, sustentado en una política de financiamiento, asignando papel destacado a la Banca de Desarrollo e incorporando a este objetivo a la banca privada. Una política educativa de calidad con fuerte impulso a la educación técnica. El propio crecimiento genera empleo y recursos fiscales para una política social verdadera, no asistencial, y una mayor igualdad. Todo ello permite romper la “trampa” del estancamiento; dar el “brinco” hacia arriba, ¡que las políticas liberales no han logrado!
Twitter: @suarezdavila