Agosto 15, 2024
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De adicto a adicto

IMPULSO/ Ernesto Salayandia García

Lo que mal empieza… mal acaba

Lo que bien se aprende jamás se olvida

El machismo es una característica muy propia de muchos mexicanos, el ser cortante, tajante, autoritario, mandón, intimidador, chantajista, explosivo, violento, ese macho infantiloide que le encanta hacer sus dramas y tirarse al suelo cuando no le dan las cosas a la hora y en el lugar que él quiere, ese tipo agresivo, humillante, hostigador, ese hombre que tiene en jaque a toda su familia y, por supuesto, borracho, mentiroso, mujeriego, intocable, vengativo, explosivo y golpeador física y emocionalmente.

Este hombre, el macho típico mexicano, es odiado, repudiado, aborrecido por su esposa e hijos, es un tipo egocéntrico porque solo piensa en él, le importa un bledo la familia, no puede querer a nadie, simplemente porque no se quiere a   sí mismo, la pregunta de los 65 millones de dólares: ¿dónde lo aprendió?, ¿quien le enseñó a ser un macho nefasto rechazado por propios y extraños?

Todos los niños tienen una excelente escuela, aprenden a ser machos, muy machos, del reflejo y de los ejemplos que ven en su padre, gritan, maltratan, ofenden, denigran, golpean, todo eso lo aprendieron en sus casas, en esos hogares disfuncionales.

Yo Tarzán… tú Chita…

Chita aprende de su madre, hermanos y de su padre a hacer panchitos, a dramatizar, a salirse siempre con la suya, se convierte en una manipuladora, extorsionadora emocional, la mujer sumisa es parte de la historia, ya no las hay, al macho le sale el tiro por la culata cuando maltrata a su hembra, ahora, estas mujercitas son hembritas, lo contrario al macho, no se quedan calladas, son explosivas, mecha corta, neuróticas y violentas.

Y si te descuidas, muchas de ellas son capaces de encajarte el cuchillo o agarrarte con el garrote a trancazos, los insultos, las devaluaciones, las denigraciones son al tú por tú, se dan parejo y hasta por debajo de los codos, pero en esta relación enferma, híperenferma, que se llama codependencia, cuando están contentas, todo es color de rosa, pero no trabajan sus emociones, ni resentimientos, y cuando brota el cavernícola emocional, de ella o de él, las cosas se ponen color de hormiga.

Estos pleitos son cada vez más agresivos, más peligrosos, más sangrientos, hasta que finalmente el matrimonio, esa relación torcida que nació chueca, truena como espárrago, el hilo se revienta por lo más delgado, y estos niños, estos adultos, también son escuela para sus hijos, por ello, es el cuento de nunca acabar. En la casa de un neurótico como yo, hasta el perro es neurótico.

Un ciego guiando a otro ciego

Estos matrimonios de jóvenes con ideas modernas no duran en su relación, primero, no hay tolerancia, se faltan al respeto mutuamente, se insultan hasta el cansancio, los golpes marcan heridas profundas, súmale las infidelidades, las constantes guerras de egos, el manejo y toma de decisiones y la demostración de poder.

Nadie gana, pierden todosm por inmadurezm se comete infinidad de errores como el involucrar a la familia, ambos van y se quejan amargamente de su pareja, la ponen como lazo de cochino, luego regresan, se perdonan y, supuestamente, vuelven a empezar.

Pero el reencuentro no fue más que para agarrar vuelo, más fuerzas para romperse tuti la madona, emocionalmente, no están preparados, no piden ayuda por soberbios, no invierten en libros, ni películas, mucho menos en cursos de superación personal, el matrimonio se diluye, se desmorona y provocan un severo daño irreversible en sus hijos, y así está el mundo, de cabeza, hemos confundido el concepto del matrimonio, del amor, creemos que la otra persona es de nuestra propiedad, su ideas, pertenencias, horarios, trabajo, auto, todo, nos pertenece, pero el origen, es sin duda los hogares disfuncionales.

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